El camino en sí mismo

Todo territorio produce folclor, no toda sociedad propicia artistas. Tener brujos no implica tener científicos, y un charlatán no es un filósofo. Que prosperen los segundos depende de una concepción de país.

En lo que parece aislado, el Centro Democrático presentó al Congreso un proyecto de ley para que sea obligatorio el concepto del padre a la hora de decidir sobre un aborto. Digo que no es inconexo, porque viene de esta inveterada voluntad de los conservadores por limitar la autodeterminación de la mujer (igual con el libre desarrollo de la personalidad) con el propósito aparente de mantener la moral del cuerpo, pero que en realidad es una intención de control sobre lo íntimo de las otras personas. Por lo general son controles sobre una población mayoritariamente más joven que los congresistas, con lo cual es también infantilizante. Es difícil de entender el deseo de tener un país rico, a los niveles, digamos, de los países nórdicos, mientras se denuesta a su moralidad y se desprecian sus costumbres.

En Colombia cada día crece más la fractura entre el utilitarismo productivo del establishment aburguesado –la élite filistea en el sentido de Nabokov-, a la cual acaso pertenezco , y la intelligentsia  de creadores, pensadores, académicos, artistas y filósofos. Y en este país, donde las cosas son tan difíciles para el surgimiento, podemos decir que ambos son privilegiados, sólo que unos tienen la mano en la palanca del poder, con el consecuente lenguaje paternalista, y los otros pelean por no ser cancelados. La fractura se hace evidente, por ejemplo, en la manera como conciben el proceso de paz: para el establishment, predominantemente de derecha, la intelligentsia, predominantemente de centro izquierda, vive en una ilusión cuando aplaude la paz;  vive en el mundo de los conejos y lleva a cabo actividades de adorno, de privilegios, que solamente se pueden dar las sociedades ricas; los ven débiles, excéntricos, mariquitas o lesbianas, marihuaneros, nerds, flojos, irresponsables, acomodados, izquierdosos, desacertados, peligrosos y sofisticados. Les serán prescindibles e irrelevantes mientras lo que hagan no tenga valor económico, o no aporte nada para la economía y tenga valor sólo en sí mismo.

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El establishment lleva décadas esperando que el país se haga rico para, sólo entonces, darle la consideración que los países desarrollados le dan a la intelligentsia. Mientras esperan que aparezca una mina de uranio, esta gente ha decidido, en una suerte de mesianismo insuflado, que ellos y solamente más de ellos (eugenesia se llama) serán los capaces de sacar el país adelante; y,  mientras tanto, deciden por el resto.  («Suerte con tu semántica, ojalá te dé de comer», cuando de pronto en realidad quiso decir retórica, pero debía decir heurística, sin saber un carajo de la trascendencia de las tres.) Llegado el ingreso per cápita esperado, entonces sí, como buenos snobs, los tendrían en cuenta y los mostrarían como espectáculo, o como caballos de paso, y buscarían tomar psilosibina con ellos –pasarán tantos años que ya será legal todo- para poder contarlo, porque, paradójicamente, -y esta gente es inteligente-, los admiran con reverencia.

La denigración de la intelligentsia, y de todo lo sofisticado, no viene de un sentimiento de superioridad, viene de la necesidad de controlar y reprimir eso que se abre entre las grietas de lo concreto, de lo que viene también de aquel gran esfuerzo por domeñar y adaptar lo abstracto. «Tú es que te complicas», dicen, porque también les incomoda lo trascendente en lo funcional, o quizás lo que era simplemente humor para vulgarizar lo sublime. En últimas corre un sentimiento de envidia, justificada por la ilusión que tienen de que le envidian su dinero, porque, qué le vamos a hacer, son cultos o inteligentes en unos niveles a los cuales el establishment nunca va a llegar.

Pero les tengo una noticia: la cultura no es una correlación sino una causalidad de la riqueza. Una nación sin artistas denota un sistema de educación con carencias (ver a Colombia detrás de Venezuela en el GCIndex). Para llegar a ser creador/pensador, se necesita haber pasado por un largo proceso de educación (pública o privada) y un ambiente que propicie –y tenga gusto por- la sensibilidad, la tolerancia al ridículo, el pensamiento crítico, autoestima, la diversidad, la inclusión, el debate y la argumentación, la lógica y el razonamiento basados en evidencia, el rigor y el aprecio por lo académico en sí mismo; no es fácil. Son enfoques (laicos)  que la derecha considera peligrosos y tendientes a la relajación y degeneración de la sociedad y, hasta en últimas, al comunismo. Por eso, como en el caso de la intimidad del cuerpo, el control es la cancelación por deméritos: el arte como espectáculo -o como artesanía-, la ciencia restringida a lo práctico.

No es solución la política que pretende crear una economía para un subgrupo al que ha estereotipado, y al que luego le mide su éxito por boletas vendidas. Tampoco la ciencia está para generar progreso, sino para buscar la verdad entre lo aparente.

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Tienen que entender que el bienestar ya no llegará por los recursos naturales, ni por el comercio solamente; nunca más. En este mundo estandarizado y de lo conforme, tener secretos y misterios vale más que tener activos fijos.  Y no espero que la intelligentsia sea la que se eche al lomo el crecimiento del país, pero, en términos utilitarios -que es lo que al establishment le interesa-, la educación y el ambiente que propicia el creador/pensador produce mejores empleados para los negocios, pues el camino que recorren es también el necesario para tener personas que de verdad produzcan valor agregado. Si el riesgo es que los jóvenes pobres se vuelvan comunistas, pues el riesgo queda ahí. Pero no va a ser la gente con pensamiento crítico y capacidad de discernir la que confunda la búsqueda de bienestar general con la incompetencia y perversidad de los castrochavistas.

Mientras tengamos un establishment que dice con sorna que la Constitución del 91 fue copiada de la de España y caigamos en la simplificación de decir que los defensores de derechos humanos, los ambientalistas y los que no tienen obsesión por la riqueza son por defecto de izquierda, mientras prevalezcan los individuos sobre las instituciones y se prefiera lo ramplón a lo sofisticado y creamos que se necesita un jinete para manejar el estado, mientras no se entienda que los artistas tratan de representar la realidad -cuan grotesca sea-, y tenga más impacto la exhortación llena de tópicos de un millonario que el análisis esclarecedor de un filósofo, mientras, no vamos a llegar a ser Dinamarca o Nueva Zelanda (ver), seremos siempre Cundinamarca. A la vista del establishment, la concepción liberal es el relajamiento que uno se permite cuando termina una tarea, como por decir, las onces, o el algo; pero es que si no los incorporamos al proceso no llegamos.

El camino hacia el desarrollo no es solamente económico, también es intelectual, y también es moral: de la que respeta el cuerpo y lo íntimo, de la que respeta el pensamiento diferente, el medio ambiente y los débiles. Que se priven ellos de los beneficios, pero que no le nieguen a la juventud (y a todos los viejos a los que también infantilizan) la entrada definitiva a un mundo contemporáneo, al que ellos no quisieran entrar por ignorancia, por pereza o por temor. Para ponerlo en sus términos: hay que soltar la rienda.

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